Entrevista con Daniel Matamala, periodista chileno, autor de Cómo destruir la democracia, cinco líderes en busca del poder. En su libro, el autor revela una especie de recetario con el que desde el horno del poder arden las democracias americanas.
A partir de un recorrido por las barriadas más vulnerables, el autor analiza el liderazgo de cinco líderes americanos muy diferentes: Andrés Manuel López Obrador, AMLO, Javier Milei, Donald Trump, Nayib Bukele y Nicolás Maduro. En una cadena ascendente y en el orden citado, los cinco van destruyendo la democracia liberal.
RFI Hay una idea que, a mí parecer, es la médula de su obra. Lo que usted denomina 'la tiranía de la mayoría'. Cito un extracto del libro: “La democracia es el gobierno del pueblo. Por lo tanto, si alguien ejerce el poder con el consentimiento mayoritario de ese pueblo, ¿es un gobernante democrático? Rotundamente no”, responde usted. ¿Por qué?
Daniel Matamala Porque la democracia no es solamente el gobierno de la mayoría. Parte importante de la democracia es que vamos a votar, elegimos por mayoría a un líder, a un congreso y le damos ciertas atribuciones limitadas. Pero la democracia es fundamentalmente un sistema de distribución del poder que evita que una sola persona, aunque esa persona cuente con una voluntad mayoritaria del pueblo, ejerza el poder de manera tiránica.
Cuando un líder, aunque sea elegido de manera democrática, comienza a ejercer ese poder de manera tiránica, tomando atribuciones que no le corresponden, evitando que los demás órganos del Estado puedan actuar de manera independiente. O, más grave todavía, conculcando los derechos y las garantías de los ciudadanos, aunque haya sido elegido democráticamente o aunque tenga un apoyo mayoritario, no está actuando como un gobernante democrático.
RFI En ese caso el individuo se estaría transformado en un déspota o tirano o dictador. Sin embargo, usted afirma en su libro que “el gobierno del pueblo no es ilimitado y que, si lo fuera, sería un gobierno de la muchedumbre proclive a convertirse en una tiranía de la mayoría”. Según su tesis, es el pueblo el que se transformaría en tirano. En esa línea de pensamiento, Montesquieu afirmaba que “el poder no debe caer en manos del bajo pueblo, el tirano más insolente que pueda existir”. ¿Qué piensa usted?
D.M. Probablemente es una frase que nos suena muy elitista en un momento como hoy. Decir que el pueblo gobierna es siempre una ficción. El pueblo no gobierna. El pueblo delega parte de las responsabilidades del gobierno en determinadas figuras o personas. Estos líderes lo que hacen es vender la ilusión de que efectivamente están profundizando la democracia y que a través de ellos el pueblo va a gobernar directamente. Pero, todos sabemos que eso no ocurre. La advertencia del libro tiene que ver con eso, con que hay primeros pasos que pueden verse como que se está profundizando la democracia o que la voluntad del pueblo se está haciendo. Pero, estas historias siempre terminan en que es un solo hombre el que finalmente controla el poder, que usa ese control del poder para acallar a sus enemigos, para encarcelarlos y para ir oprimiendo a ese pueblo que él había dicho que quería liberar.
RFI Ese pueblo que no gobierna corresponde a la democracia liberal que pone límites al ejercicio de la soberanía del pueblo y lo limita a ir a las urnas. Pero, la democracia antigua directa sí se fundaba en la participación de los ciudadanos en los procesos de decisión política y la soberanía colectiva se ejercía al votar leyes, pronunciar juicios y someter a control a los funcionarios. Lo que usted afirma en su libro es que la democracia moderna es un matrimonio entre esas dos tradiciones la democrática y la liberal que algunos prefieren llamarla democracia liberal. Pero, ¿estamos de acuerdo en que son dos tradiciones diferentes?
D.M. Claro. Lamentablemente, recrear la poli griega en la sociedad contemporánea no es posible por la complejidad y por el tamaño de nuestras sociedades. Y por eso tenemos una democracia representativa y no una democracia directa como la democracia clásica. Lo que yo sostengo, y lo que creo que es importante entender del libro, es que cuando hablamos de democracia liberal estamos hablando también de un modo de vivir socialmente, de vivir civilizadamente, de una idea de una sociedad en que no nos tratamos como enemigos, en la que podemos pensar distinto y tener debates que son muy encendidos, pero respetamos al otro y a la posibilidad del otro de existir y de ser un ser igual en términos de su dignidad y sus derechos. Y que tiene una autonomía para llevar adelante sus proyectos de vida, aunque esos proyectos no sean los de la mayoría de la población.
Por eso, el apellido liberal es tan importante porque es una democracia que respeta las libertades y los derechos individuales de cada persona. Y eso es lo que estos caudillos vienen a romper. Para el caudillo no se trata solamente de la práctica del poder total, sino también de la idea de que hay una forma de vivir, que hay un pueblo supuestamente virtuoso que tiene ciertas maneras y que esas maneras son distintas a las de las minorías a las que ellos suelen motejar de corruptas o degeneradas. Y por eso también, uno de los blancos principales de estos caudillos suele ser las diversidades sexuales, los inmigrantes, las mujeres que, aunque no son minoría en términos de cantidad de población, sí lo son en términos del poder que ostentan.
RFI El problema de la democracia liberal es que siempre pone límites al ejercicio de la soberanía del pueblo. La concepción liberal, el apellido liberal del que usted habla, no aborda las desigualdades estructurales y, además, suprime ese potencial transformador que tiene la verdadera acción democrática. Creo que ahí hay un problema de la democracia liberal, con lideres como estos cinco o sin ellos.
D.M. La democracia liberal son reglas. Hablar que estoy a favor de la democracia liberal no significa decir que creo que los impuestos tienen que ser altos o bajos, o que el Estado, en términos de sus prestaciones sociales, tiene que ser mayor o menor. Dentro de la democracia liberal tienes modelos como los de la 'sociedad de bienestar' en Europa, algunos de ellos todavía fuertes, algunos más debilitados, que funcionan en esos términos, donde no te puedes salir de los márgenes. Te sales de los márgenes de la democracia liberal cuando dices yo quiero que el Estado dictamine qué tipo de conductas tiene la gente en su vida privada. Y en el caso de estos caudillos, tiene que ver con la garantía y el ejercicio de derechos básicos. Eso lo vemos en casos como El Salvador donde el Estado tiene derecho a encarcelarte y a mantenerte encarcelado indefinidamente sin que tú tengas la posibilidad de recurrir a un juez, de saber de qué te están acusando, de tener un abogado, de tener un derecho a un juicio justo. Eso, la democracia liberal sí lo garantiza, el poder del Estado sobre ti como individuo tiene límites muy claramente establecidos. Y eso es lo que está en riesgo cuando este tipo de caudillos comienza a acumular el poder.
RFI Usted sitúa la relación de esos cinco lideres con el pueblo en el orden de lo afectivo. Yo diría de lo pasional. Por un lado, el amor que hay entre el pueblo hacia su amado líder. La otra cara de la moneda: el odio contra “supuestos enemigos que harán todo lo posible por destruir ese vínculo divino, el que existe entre el pueblo y su amado líder. Y a esos enemigos hay que odiarlos”, reza en su libro. Encuentro una similitud con Alexis de Tocqueville, uno de los más importantes ideólogos del liberalismo conservador del siglo XIX, para quien el pueblo encarnaba el furor de las pasiones demagógicas. Y pienso también en Platón que decía “La democracia es un régimen viciado en su fundamento, un régimen dominado por la multitud ignorante, la multitud apasionada y pasional, y no por el sabio o la sabiduría, lo justo y la justicia”. Hablemos de esa pasión.
D.M. Sí. Lo que yo sostengo, y eso tiene que ver con este libro y el reporteo en terreno que hice en colonias pobres de San Salvador, en las villas miseria de Buenos Aires, en los barrios que se caen de los cerros en Caracas para poder entender por qué estos líderes tienen un atractivo tan grande entre los ciudadanos y por qué logran convencer a los ciudadanos de que realmente ellos son la salida a la situación. Eso tiene que ver con crisis muy profundas porque la democracia no se ha hecho cargo de resolver los problemas de la ciudadanía en buena parte del mundo y, por lo tanto, para una persona que vive en la miseria en Caracas, cuando llega Chávez al poder hace 25 años, y ve que este es un país riquísimo, pero que esa riqueza se va en corrupción, pues Chávez tiene un discurso muy atractivo para esa persona. Lo mismo ocurre con alguien que en San Salvador vivía bajo el miedo a las maras, las violentas pandillas, y Bukele logra, de alguna manera, limpiar las pandillas de sus barrios.
Lo que a mí me llama la atención es que la forma en que la gente habla de estos líderes, de Chávez, por ejemplo, un líder en su momento idolatrado por la izquierda y de Bukele, un líder admirado por la derecha, es muy parecida. Hablan de ellos no solamente en términos racionales, como alguien que ha hecho una buena gestión, sino en términos emotivos y en términos religiosos. Algunos de sus partidarios hablan de que Chávez o Bukele son enviados de Dios, los comparan con Jesucristo, por ejemplo. O sea, hay un líder que le entrega amor a su pueblo, que realmente los ve y empatiza con lo que les está pasando. Claro, es muy fácil instrumentalizar ese amor para decir ojo, este amor tiene un obstáculo que es las élites corruptas, élites que están intentando obstaculizar la labor del pueblo y, por lo tanto, a esas élites hay que odiarlas.
Es importante decir que estos líderes logran que el discurso público ya no se vea sencillamente como una conversación en la que estamos debatiendo sobre cuáles son las mejores políticas públicas, cómo combatir la corrupción o cómo llevar adelante las mejores políticas en sanidad o en educación. Esto se ve como un discurso profundamente moral en que hay una grieta moral que separa al pueblo y su líder de sus enemigos y a quienes, por lo tanto, hay que combatir.
RFI Usted afirma que, si el caudillo es de izquierda, la división entre el pueblo y sus enemigos tiende a ser de clase. Cito: “Siguiendo la doctrina marxista, serán las élites económicas poseedoras de riqueza las sospechosas de conspirar contra el pueblo y sus cómplices, en los que se cuentan los gremios con sus profesionales y los medios de comunicación con sus periodistas”. ¿Está seguro de que es solo un postulado marxista? porque no se puede desdeñar la realidad del continente latinoamericano, el escándalo de Odebrecht o los de Zedillo en México, por ejemplo. Es decir, hay una corrupción ante la que el ciudadano no puede ser ciego.
D.M. Pero la corrupción es transversal en América Latina y en otras partes también, en izquierda y derecha. No hay una corrupción centrada en un sector político y, por lo tanto, la corrupción es un fenómeno bastante enraizado, lamentablemente, tanto en los negocios como en la política. Lo que quiero decir con esa cita es que cada líder tiene un enemigo y pone ese enemigo. No es que lo invente de la nada.
RFI Entonces, no es un constructo.
D.M. Es un constructo en términos de que es una mirada muy maniquea de la realidad. El líder, el caudillo, lo que hace es simplificar y decir de este lado, de mi lado, están los buenos y, del otro lado, están los malos.
RFI Hablando de caudillos y de líderes, en muy poco tiempo su país, Chile, tendrá elecciones y las encuestas pronostican que, muy probablemente, sea el representante de la extrema derecha quien gane las elecciones. ¿Cómo ve usted este escenario?
D.M. El escenario actual es que en una segunda vuelta puede imponerse José Antonio Kast, candidato que viene de la derecha más tradicional, que fundó el Partido Republicano, que ha reconocido como su familia ideológica a la derecha más extrema. Él va a las reuniones de Viktor Orbán en Hungría, se junta con Vox en España, con Bolsonaro en Brasil cuando todavía estaba en libertad. Ha ocupado a Bukele como un referente. Y, por lo tanto, todo eso genera preocupaciones acerca de qué tan autoritario, qué tan democrático puede ser su gobierno. Ahora bien, durante la campaña, José Antonio Kast ha intentado dar un tono bastante más moderado. Hay un esfuerzo de parte de él por despegarse un poco de esa familia ideológica más extrema o antidemocrática. Veremos, si es que gana, qué es lo que hace efectivamente en el gobierno.
RFI ¿Y el otro candidato?
D.M. La otra candidata que debería pasar a segunda vuelta es Jeannette Jara, la candidata del Partido Comunista que en Chile es un partido bastante institucional. Ha formado parte de cuatro gobiernos en la historia de Chile, ha tenido parlamentarios y ministros desde hace casi un siglo. No es un partido revolucionario, sino un partido instalado en la institucionalidad en Chile. Ella ha tenido un talante bastante dialogante en materias de política interna, ha tenido una postura, creo, ambigua con respecto a regímenes como Cuba o como Venezuela, que a mí me parece bastante más criticable. Pero, es la candidata de una coalición de centroizquierda muy amplia, la coalición que actualmente está en el gobierno y que, de acuerdo con las encuestas, debería pasar a segunda vuelta. En esta segunda vuelta el favorito es quien pase como candidato de la derecha.