Hace dos meses, los sirios recobraron su libertad, celebrando el fin de más de medio siglo de régimen Al Asad. Del mismo modo también descubrieron la dura realidad de la temida prisión de Sednaya, tras 37 años de tortura e inhumanidad.
Por las enviadas especiales de RFI en Damasco, Melissa Barra y Anne Bernas
“Apenas llegábamos aquí, empezaba la 'fiesta de bienvenida', o sea los primeros actos de tortura”, explica a RFI Hadi Haroun desde una enorme sala que compone el vestíbulo de la prisión de Sednaya. “Luego nos colocaban durante días o semanas en esta diminuta celda sin luz. Éramos cinco, hacinados y desnudos”, detalla, cinco años después de su liberación.
Hadi Haroun es un hombre alto y hoy en día ha recobrado su musculatura. Pesaba 100 kilos antes de su encarcelamiento. Salió en 2019 pesando 50.
“Nos golpeaban constantemente”
Camina entre escombros en los pasillos de este gigantesco complejo invadido por el olor de la muerte. Rodea una escalera de caracol que permitía a los carceleros tener una visión general de las tres alas de la prisión. En cada una hay una sucesión de celdas colectivas.
Cada una mide unos 25m2 y puede albergar hasta 50 presos, apiñados. “Cuando los guardias abrían esta cerradura, los presos debían prepararse para horas de tortura. El sonido de esa puerta aún me persigue: es el sonido más aterrador de Sednaya”, prosigue.
La prisión está vacía desde principios de diciembre, cerrada por las nuevas autoridades. Pero las cicatrices del horror están por todas partes, con habitaciones llenas de montañas de ropa sucia, restos de prótesis, mechones de pelo rapado.
“En estos baldes nos tiraban arroz o pan. Todos comíamos del mismo balde”, explica Haroun con actitud distanciada, recogiendo las cestas de plástico rotas.
"Lo peor era cuando teníamos que ir a las duchas. Todo el mundo tenía miedo. Nos obligaban a andar a gatas con las manos cubriendo los ojos”, dice imitando la escena, mientras se dirige al final del pasillo donde, en un espacio estrecho, hay una fila de duchas diminutas, oxidadas y sin puertas. “No sabíamos lo que podía pasarnos. Nos colocaban de a tres bajo la ducha unos minutos. Nos golpeaban constantemente”, agrega.
La tortura psicológica y la física
La prisión de Palmira, en el desierto central de Siria, representaba la brutalidad del régimen del clan Al Asad hasta 2015, cuando fue destruida por los yihadistas del grupo Estado Islámico. Integrantes del movimiento comunista o de partidos como los Hermanos Musulmanes, así como todos los demás opositores políticos, eran encerrados y torturados allí. La prisión de Sednaya, construida en 1987, adoptó sus métodos de terror al comienzo de la guerra en 2011.
A partir de la revolución, las autoridades comenzaron a encarcelar a cualquier persona sospechosa de tener alguna animadversión hacia el régimen, incluidas mujeres y menores. El 75% de los detenidos tenían diplomas universitarios. La tortura psicológica precedía la física. Todo lo que ocurría fuera de Sednaya repercutía en el trato a los prisioneros con brutales represalias.
“Me detuvieron por haber protestado al principio de la guerra civil. Luego me soltaron y me volvieron a detener por ‘actos de terrorismo’”, recuerda Hadi Haroun. Las acusaciones de terrorismo eran las más usadas por autoridades cuando comenzaron las protestas.
En 2011, el Gobierno sirio puso fin a 48 años de estado de excepción. Era una de las principales reivindicaciones de los manifestantes, que reclamaban liberalizar del régimen. Pero de inmediato lo sustituyó por tribunales antiterroristas, que encarcelaron a miles de sirios en las 12 cárceles del país durante años.
A Hadi Haroun le cuesta recordar por cuantas prisiones pasó durante ocho años. “Cuando tenían sospechas sobre alguno de nosotros o sobre nuestra familia, nos trasladaban a otra prisión, aunque normalmente un preso debía ser encarcelado en su provincia de residencia”, precisa.
Esta era una de las tácticas para romper todos los lazos sociales e infligir una forma de tortura psicológica a la población siria.
Bajo Bashar Al Asad, el pueblo sirio estaba obligado a proclamar “Assad ila al-abad”, “Asad para la eternidad”. El dirigente controlaba el espacio político y la vida de los habitantes.
“Al liberar a Sednaya se reveló la magnitud de las muertes”
“Pasé dos años en Sednaya con mi hermano gemelo”, relata Hadi Haroun. Vivieron las peores atrocidades en este complejo rodeado de minas y torres de vigilancia, ubicado a unos 30 kilómetros al norte de Damasco, hacinados junto a miles de hombres enfermos de sarna, diarrea y tuberculosis, en el calor sofocante del verano sirio y el frío húmedo del invierno.
Convivían con cadáveres abandonados en las celdas, a veces durante dos días, antes de ser apilados en una cámara de sal.
Haroun recoge una manta marrón en el suelo de una oscura celda y explica: “La usábamos como cama, y por la mañana teníamos que enrollarla. No nos dejaban acostarnos encima, y además, no había sitio”.
Sednaya, como todas las prisiones del antiguo régimen, se parecía a la peor pesadilla. Todos los presos eran torturados, golpeados con barras de hierro, azotados, abusados sexualmente, electrocutados.
Incluso las visitas de familiares acababan con crueldad, algo que Hadi Haroun llama con frecuencia las “fiestas de tortura”. Los visitantes se volvían testigos auditivos de lo que el régimen infligía a un hermano, padre o hijo encarcelado. Eso los disuadía de regresar.
Desde el inicio de la guerra, ONG y asociaciones han alertado sobre las condiciones de vida de los prisioneros. Se revelaron en 2014, con el informe “César”, un documento que contenía 55.000 fotos de hombres y mujeres torturados hasta la muerte en las cárceles sirias, tomadas por un fotógrafo militar desertor.
El 8 de diciembre del año pasado, el mundo pudo ver las imágenes de los 2.800 prisioneros liberados, demacrados y enloquecidos en muchos casos.
La magnitud de lo que ocurrió salió a la luz: este macabro lugar era más que una prisión, era un centro de concentración y ejecución. En Sednaya había salas de ahorcamiento, donde los verdugos ejecutaban a los prisioneros dos veces por semana por la noche. Los cadáveres eran trasladados a hospitales militares, donde los militares emitían certificados de defunción falsos, y luego enterraban los restos en fosas comunes en los alrededores de la capital siria.
La búsqueda de los cadáveres continúa hoy en día. Se estima el número de desaparecidos a al menos 150.000.
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Entender el sistema de tortura
Desde hace cinco años, Hadi Haroun es miembro activo de la Asociación de Presos y Desaparecidos de Sednaya, fundada en 2017.
“Liberar la prisión no fue un momento feliz. Fue más bien triste. Porque reveló la realidad de las muertes bajo tortura. Lo primero que hicimos fue intentar recopilar los documentos que contenían la lista de presos y muertos. Necesitamos saber cuántas personas ingresaron a Sednaya entre 2011 y la liberación, y cuántas salieron, para calcular el número de desaparecidos. Estamos empezando a hacernos una idea de la magnitud de la situación: entre 100.000 y 300.000”, lamenta.
La asociación ayuda a los ex presos a recobrar una vida normal, pero también recoge testimonios y documentos para archivarlos. Busca proteger las pruebas que aún se encuentran en la docena de cárceles del país. Muchísimos archivos fueron robados o destruidos al abrirse la cárcel.
El objetivo final es poder probar los crímenes cometidos por el régimen durante años y esclarecer lo ocurrido con los desaparecidos. Los documentos contienen informaciones primordiales sobre la estructura del aparato de seguridad y de los servicios de inteligencia sirios, y también sobre la identidad de los desaparecidos.
Haroun explica que las nuevas autoridades han recibido el apoyo de Gobiernos y organizaciones internacionales. “Somos una de las organizaciones que más conocimiento tiene sobre las cárceles. Aunque vengan equipos del extranjero, no podrán prescindir de nosotros. Por otro lado, las instituciones y organizaciones internacionales disponen de recursos financieros y técnicos. Para las fosas comunes, por ejemplo, disponen del material necesario para los análisis de sangre y de ADN”.
El ex preso espera que la prisión de Sednaya se convierta en un museo, un lugar de memoria para que nadie pueda olvidar a los cientos de miles de torturados y desaparecidos, y que nunca más en la “nueva Siria” se repitan atrocidades tan metódicas y planificadas.
Según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, al menos 10 personas murieron en las cárceles de las nuevas autoridades sirias en la provincia de Homs, entre el 28 de enero y el 1° de febrero.